Con frecuencia surge una duda respecto al momento en que debemos revisar por primera vez la visión de nuestros hijos. Se piensa que dicho momento debe ser a partir de los 3-4 años, y esto es un grave error que puede conllevar serias consecuencias. No hay nada más trágico que llegar tarde a la solución de un problema, especialmente cuando dicho problema está relacionado con la salud, en este caso visual de nuestros hijos.
Lo cierto es que un niño puede revisarse en cualquier momento de su vida incluso desde recién nacido, pero ¿cuándo es realmente conveniente revisarlo?. La respuesta a esta pregunta dependerá muy estrechamente de los problemas que pueden acontecer en su visión en las distintas etapas de la vida.
Lo primero que debemos decir es que erróneamente a lo que se piensa, no necesitamos que un niño colabore, o sepa los números o las letras para saber si el estado de su visión es el correcto, pues si así fuera, cuando nos enfrentamos a un paciente que sus aptitudes de comunicación están disminuidas, no podríamos valorarlo y eso no es así. Un niño puede verse desde recién nacido, solo hay que disponer de los medios, las habilidades y la experiencia necesaria para abordarlo.
De recién nacido la necesidad más o menos urgente de un control oftalmológico dependerá tanto de los antecedentes familiares como de los problemas que puedan haber acontecido durante el embarazo y el parto. Es importante en este primer momento descartar la existencia de malformaciones congénitas que pudieran repercutir seriamente en su desarrollo visual y que en ocasiones pueden tener una cierta transmisión familiar. Además existe una serie de enfermedades que debemos vigilar y descartar de manera prioritaria y en ocasiones urgente, como seria la posible existencia de tumores intraoculares que pueden comprometer incluso no sólo su salud visual sino su propia supervivencia. En el caso de que el niño haya sido prematuro, haya necesitado incubadora, o tenga un bajo peso al nacer, el riesgo de una mala formación de la retina que conllevaría posibles riesgos de desprendimientos incluso de ceguera, lo que llamamos retinopatía de la prematuridad, es una patología que hace imperiosamente obligatoria la valoración incluso en la propia incubadora y en ocasiones su tratamiento quirúrgico inmediato.
Otro de los problemas que también debemos descartar en esta primera etapa de la vida, es la posible existencia de cataratas o glaucoma congénitos, los cuales deberán en ocasiones ser intervenidos en los primeros meses de vida cuando supongan un serio obstáculo para el desarrollo de la visión del niño, puesto que dado que son ojos que nunca han desarrollado la visión en el caso de las cataratas, si esta cirugía se pospone conllevaría que a pesar de que el resultado quirúrgico fuese un éxito, el resultado a efectos visuales pudiera ser un fracaso, siendo muy importante en estos casos el tratamiento rehabilitador tras la intervención en edades tempranas; en el caso del glaucoma congénito, el aumento de presión en unos tejidos recién formados, conllevarían una pérdida de visión irreversible si no es tratado a tiempo.
Un problema más frecuentes pero no tan grave como los anteriormente comentados sería el lagrimeo del recién nacido, que se produce en la mayoría de los casos por obstrucciones del conducto lagrimal. Muchas de estas obstrucciones se resuelven en los primeros tres o cuatro meses de vida sólo con tratamientos conservadores de limpieza y masaje, si bien cuando el lagrimeo y/o en ocasiones las infecciones repetidas persisten, es necesario a partir de aproximadamente los 5-6 meses de vida, realizar una maniobra quirúrgica para desobstruir dicho conducto. Éste sondaje cuando se realiza antes del año tiene una tasa de éxito muy elevada, si bien por el contrario cuando se pospone más allá del año o los dos años de vida sus resultados merman significativamente, requiriendo en ocasiones repetir la intervención y o actitudes quirúrgicas mucho más agresiva y en ocasiones con peores resultados. El sondaje lagrimal es una maniobra que es preferible realizarla bajo la sedación del niño, con lo cual evitamos molestias de paciente, así como facilitamos la realización de dicha maniobra con mucha más exactitud y precisión para poder valorar el problema y comprobar su resolución.
Una de las preguntas que mas inquietan los padres cuando han tenido algún problema visual, necesidad de gafas, o incluso ojo vago, es si su hijo puede llegar a tener el mismo problema. Para resolver esta cuestión sólo es necesario una valoración del niño realizando lo que llamamos una retinoscopía, donde tras dilatar la pupila (totalmente necesario para conocer su situación exacta) y mediante el reflejo de una luz, podemos conocer el estado refractivo (miopía, hipermetropía, astigmatismo) recientes y o futuras con una cierta predictibilidad y de esta forma situarnos por delante del posible desarrollo de un ojo vago.
Otro de los problemas que debemos descartar y que también está relacionado con la posible existencia de un ojo vago, es la presencia de algún tipo de estrabismo o desviación de los ojos. En este punto debemos hacer una precisión y es que muchos niños en los primeros 2-3 meses de vida pueden presentar una cierta falta de coordinación de los movimientos oculares, la cual puede confundirse con un estrabismo. Si a esto añadimos la poquita nariz que muchas veces los niños tienen al nacer, podríamos estarlo confundiendo con un falso estrabismo, pero ante la más mínima sospecha de desviación ocular especialmente cuando ya han pasado dos o tres meses de vida, es imprescindible que lo consultemos con el especialista. Además no olvidemos que en muchos casos el estrabismo no se manifiesta desde el nacimiento sino a lo largo de los primeros años de la vida, lo cual nos indica no sólo la necesidad de una primera visita sino de seguir un control según las indicaciones de nuestro especialista a lo largo de todo su desarrollo y juventud hasta la madurez.
Indudablemente problemas menores que nos van acontecer repetidamente en los años de la infancia y la juventud son las conjuntivitis que pueden ser debidas a múltiples problemas, como infecciones, alergias, virus, etc… cuando acontezcan deberemos consultar con nuestro especialista para poner las medidas que tratamiento adecuadas para su resolución.
Por lo tanto los niños deben de valorarse desde recién nacidos y a lo largo de su desarrollo, siendo un error importante y que puede tener graves repercusiones el pensar que la salud y valoración visual de un niño no puede realizarse hasta la edad de tres o cuatro años puesto que como ya hemos comentado en los primeros años pueden aparecer problemas que ya van a tener muy difícil cuando no imposible solución si los postponemos a esas edades.
En conclusión; Hagamos un control en los primeros meses de vida, el cual debe conllevar la dilatación de la pupila de manera obligatoria para descartar los problemas ya comentados y luego sigamos las indicaciones de nuestro especialista para garantizar un correcto desarrollo de la visión de nuestros hijos, pues es uno de sus patrimonios más importantes.