A ningunos padres se les ocurre pensar que su hijo recién nacido no siga unos controles periódicos por el pediatra desde el nacimiento, e igualmente gracias a la educación sanitaria sabemos que los niños deben llevar un control periódico de sus vacunas, así como la salud bucodental, etc… Pero desgraciadamente no es del todo conocido que el niño deba seguir también unos controles de sus ojos, muchas veces por informaciones erróneas que nos hacen pensar que como el niño todavía no habla o no conoce los números o letras, no podemos saber lo que ve hasta que no alcanza la edad de 4-6 años; ¡Nada más allá de la realidad!. Frente a este mal difundido “saber popular”, cabría la posibilidad de pensar de ¿cómo podemos saber lo que ve una persona que por desgracia no puede colaborar para decirnos los números o las letras por algún problema cerebral o cualquier otra enfermedad que no le permita prestar la debida atención?. Según eso, deberíamos dejarlo sin ver, porque no nos presta la colaboración necesaria para decirnos las letras o los números reflejados en una pantalla.. Evidentemente esto no es correcto y el oftalmólogo puede saber la visión que tiene una persona independientemente de su edad mediante test objetivos adaptados a dicha edad, e incluso en caso necesario con pruebas especiales para conocer si existe algún problema en su visión desde el momento del nacimiento.
Ello conlleva que todo niño en sus primeras revisiones desde recién nacido deba dilatarse su pupila con las clásicas “gotitas”, para poder entre otras exploraciones, realizar una correcta graduación de su vista (sin la dilatación pupilar para paralizar el esfuerzo que hace el niño por ver, nunca sabremos la graduación exacta) y así podremos saber exactamente la necesidad inmediata o la posibilidad de poder requerir el empleo de gafas a lo largo de su desarrollo. Esto toma un especial interés en aquellos casos donde ya existen antecedentes por parte de los padres, pues la inquietud por saber el estado del niño es algo que no debe esperar, más aún, debe solucionarse lo antes posible para evitar el desarrollo del temido ojo vago o ambliopía, cuya frecuencia en los países desarrollados se cifra en torno al 4-5 %.
Pero no sólo esa primera revisión debe ser para valorar la necesidad de unas gafas, sino que más importante todavía es excluir a esa temprana edad la posibilidad de otras posibles enfermedades que si bien son menos frecuentes, no por ello dejan de ser extremadamente importantes, como puede ser la existencia de cataratas congénitas que impidan el normal desarrollo de la visión, o incluso el más infrecuente pero no por ello menos importante riesgo de desarrollar algún tumor intraocular que pudiera incluso llegar a comprometer la vida del niño y aquí de nuevo juega un papel fundamental la necesidad de dilatar la pupila para poder realizar una correcta exploración.
La diferencia entre valorar antes o después estas patologías es fundamental para su pronóstico, pues en muchas ocasiones las cataratas congénitas deben ser intervenidas en los primeros meses de vida para posibilitar el mejor desarrollo de la visión en edades tan cruciales, pues si postponemos su tratamiento, muchas veces la recuperación visual se torna muy difícil cuando no imposible.
No debemos dejar de lado a la hora de valorar a un recién nacido posibles pequeños problemas que pueden aparecer, no tan importantes, pero por el contrario más frecuentes como puede ser la aparición de desviaciones en los ojos (estrabismo), que deben ser valoradas desde el primer momento e incluso en ocasiones tratadas quirúrgicamente a edades muy tempranas para evitar el desarrollo de problemas posteriores, incluso de ámbito social en su normal desarrollo. El estrabismo es una patología de cierta frecuencia entre los niños que requiere una valoración por nuestro especialista en oftamología pediátrica y estrabismo, pues en muchos casos un adecuado tratamiento a tiempo evita el ya mencionado anteriormente desarrollo de ojo vago (ambliopía) y evita intervenciones quirúrgicas más complejas.
Mayor frecuencia todavía tiene la aparición de lagrimeo en los recién nacidos, debido en la mayoría de ocasiones a una falta de desarrollo del conducto lagrimal, lo cual hace que el ojo no pueda drenar adecuadamente la lágrima que produce. Este lagrimeo frecuentemente va asociado a las conocidas legañas y secreciones que son debidas a la infección de ese depósito de agua que el ojo no puede evacuar correctamente. Si bien su tratamiento inicial es con medidas conservadores, pues un gran número de ellos se resuelve espontáneamente en los primeros meses de vida, cuando a partir de los 5-6 meses el lagrimeo continúa., debemos realizar una pequeña intervención en quirófano para posibilitar ese drenaje y solucionar lo que en muchas ocasiones es una simple ausencia de perforación de un conducto que mediante un sencillo sondaje se resuelve. El alargar esta solución en el tiempo, nos lleva a que los resultados de la misma empeoren y requiera intervenciones más complejas para solucionar el problema.
Por lo tanto, podemos asumir que un niño es pequeño, evidentemente, pero desde luego eso no quiere decir que no podamos saber el estado de su salud visual; según ese razonamiento de que es muy pequeño para poder verlo, también sería muy pequeño para que un pediatra pudiera saber lo que le pasa, pero desde aquí quiero hacer un elogio a la labor de esos compañeros que muchas veces sin casi medios, realizan una gran labor abordando todas las especialidades en el conocimiento del estado de salud de nuestros hijos. Como oftalmólogo pediátrico y especialista en estrabismos, siempre me ha dejado admirado la excelente labor que los pediatras realizan, pues si bien mi campo es más reducido, ellos deben abordar todas las especialidades existentes dentro del entorno pediátrico y muchas veces su labor no es del todo reconocida.
En resumen, todos los niños deben ser controlados desde el nacimiento para excluir cualquier problema visual y permitir un correcto desarrollo de su visión, más aún cuando dichos niños han sido prematuros, ha existido algún problema durante el embarazo o el parto, o existen antecedentes familiares que pudieran hacer sospechar alguna patología. Pero de todas formas el conocimiento del estado visual de un niño es fundamental para prevenir el desarrollo del ojo vago, cuyo tratamiento en edades iniciales va a ser mucho más exitoso que cuando se diagnostica posteriormente, pudiendo en ocasiones ya no tener resultado.
La exploración de un niño debe ser adecuada a su edad con los medios y técnicas apropiadas y para ello disponemos de todos los medios y técnicas necesarias para abordar la solución a los problemas que los padres nos depositan su confianza.

14
May